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De la ficción a la realidad

  • Sonia Rivera y Arantxa Sánchez
  • 23 feb 2016
  • 2 Min. de lectura


Cuando a una le dicen que va a ir a la Bolsa le vienen a la cabeza imágenes de hombres con americana y corbata gritando y hablando por teléfono a un ritmo frenético mientras miran, con ansiedad, los monitores donde los números van y vienen cambiando de color (verde, funciona bien; rojo se hunde) y el ruido ensordecedor de la campana que inicia una nueva sesión pero todo este compendio delirante forma parte de la atractiva ficción. La realidad es que, aunque, en la bolsa de Barcelona, también, se especula y se decide sobre la economía española, el romanticismo de las películas norteamericanas se desvanece inmediatamente al cruzar el arco de seguridad. En la calle más lujosa de la ciudad condal, Paseo de Gràcia entre Diputación y Gran Vía, rodeada de tiendas se levanta este edificio gris propiedad de la Generalitat de Cataluña.


La Bolsa de Barcelona denota pulcritud, corrección y silencio. Las pantallas rodean la sala principal e indican el valor continuo de las principales empresas del mercado bursátil español, inscritas en el Ibex 35. El rojo y el verde son los básicos en todas las pantallas donde impera el parpadeo y los cambios de un mercado que varía en cuestión de segundos. Preside la sala un gran monitor en constante actualización que muestra la línea de tiempo del valor global diario del Ibex35, el funcionamiento del resto de bolsas europeas y extranjeras y las últimas y más relevantes noticias de las últimas horas.


Al entrar la joven menuda y rubia guía nos indica que los resultados son positivos y que a las once y poco el IBEX35 está en verde, eso es buena señal, pero a medida que van pasando los minutos el verde se transforma en rojo y el símbolo negativo ante el número indica la caída que se traduce en el cierre en negativo de la jornada. En el centro de la sala hay ordenadores operados a diario por jubilados que controlan el valor de sus acciones. La desértica actividad se debe a que a partir de 1990 todo el sistema bursátil español se digitaliza y atrás queda la compra a viva voz. De aquellos días solo quedan unos pequeños teléfonos.


La visita se termina y la guía nos acompaña a la salida, pero el camino se interrumpe por nuestras preguntas surgidas de la curiosidad que nos ha creado la visita a un sitio que forma parte de la cotidianidad de la economía pero que se aleja de nuestro día a día. Nos quedamos con que las otras plantas del edificio se usan con otros fines que no tienen ninguna relación con la bolsa que sólo es la sala por la que nos hemos movido y que si Catalunya se independizará, al principio, el caos se adueñaría de ese sitio tan tranquilo porque significaría volver a empezar.


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